CUADRAGÉSIMA CUARTA ESCENA

Comienzo a ver imágenes borrosas. De repente, me encuentro con la cara de una mujer que me habla. Todavía no sé si estoy en medio de un sueño o en una de las tantas pesadillas que últimamente me atormentan en las noches. No reconozco este rostro. La chica me pide que me acerque para tratar de decirme algún secreto al oído. Lo hago mientras oigo en susurro -me llamo Lina-. Al escuchar esas palabras desvío la mirada y comienzo a buscarla en mis recuerdos. No hay nada. Vuelvo a observarla con detalle mientras veo que vuelve a acercárseme para seguir hablando. -Ayúdame a encontrar a Carlos. ¿Calors? ¿Qué tiene que ver Carlos en esto? Vuelvo la mirada para buscar de nuevo en mis recuerdos. Por segunda vez no veo nada. Intento volver a observarla cuando descubro que Lina ya no está conmigo. Me asusto y empiezo a buscarla desesperadamente dentro del cuarto. Me acerco a la puerta y está entreabierta, la empujo con las manos y alcanzo a ver de lejos un objeto extraño que no identifico. Me acerco y veo un esqueleto; siento un terror indescifrable por dentro, grito con fuerza mientras veo entre nubarrones unas luces que me encandilan. Vuelvo a descansar cuando descubro que era una terrible pesadilla, me despierto sorprendido cuando vuelvo a verme en uno de los lugares que más detesto, no entiendo por qué el destino ha querido verme últimamente postrado en una cama de hospital helada y blanca. Vienen a mi mente los recuerdos de mis anteriores experiencias con médicos y reconozco que siempre había sido por culpa de mi obsesión por las mujeres, y en ese momento empiezo a sentirme castigado. Quiero tratar de reconocer el rostro de la muchacha del suelo. Recuerdo su nombre: Lina. Lina, Lina. Vuelvo a preguntarme: ¿por qué me hablaría de Carlos? Sigo buscándola en las imágenes borrosas que me acuerdo de las historias de mis amigos. ¡No puede ser! ¡Lina! Entro en pánico cuando recuerdo que un día Carlos me había pedido que lo acompañara a una misa que Lina y yo no le habría hecho caso por estar concentrado en la conquista de Marie. ¡No puede ser lo que me está pasando! ¡Lina!  Vuelvo a repetirme mientras se me eriza la piel al recordar que había sido una de las chicas que había conquistado Carlos prometiéndole amor eterno, y cuando descubrió que él era casado, y que todo era un juego, se suicidó. ¿Hasta dónde hemos llegado? Me pregunto. ¿Y este sueño? ¿Significaba algo? No quiero detenerme a analizarlo. Entonces, trato de buscar en la habitación del hospital alguna compañía que me ayuda a consolar el pavor que siento, pero me descubro solo, no hay nadie conmigo. Busco a mi madre, y no la veo por ninguna parte, mi hermano, ni siquiera entiendo por qué todavía creo que él cualquier día podría pensar en buscarme, pienso en mis amigos. ¿Cuáles amigos si no sé que es eso? -Si todo al tiempo he estado rodeado de puros cerdos -me reafirmo. Intento recordarlas a ellas y me doy cuenta de que necesito superar mis miedos, y para lograrlo, debo empezar por olvidarme de todas, pienso en mi abuelo y siento un gran alivio. En ese momento entra en la habitación una señora vestida de enfermera. Está muy gorda, creo que nunca antes había visto a una mujer tan descuidada con su aspecto, me da tristeza tener que estar ahí para presenciarlo, y al mismo tiempo me lleno de rabia, no quiero hablarla, ella comienza a coquetearme, me siento indefenso.

   -¿Cómo amaneció el hombre más apuesto del mundo? -me dice con una risa que en ese momento me molesta.

   -Muy bien, muchas gracias -le respondo encontrándome aún asustado. No sé si es el sentimiento que me produce aquel pálido sitio.

   -¿Ha visto usted a algún miembro de mi familia? -le pregunto angustiado, mientras confirmo que son absolutamente ciertas mis sospechas.

   -¿No ha venido nadie? -vuelvo a preguntarle para sentirme cada vez más acabado.

   -No precioso, nadie -me dice con voz de consuelo, me siento asediado-. Ayer lo trajeron muy mal herido.

   A medida que escucho sus palabras, comienza a dolerme cada parte del cuerpo, siento que me explota la cabeza, me duelen los brazos, el estómago se me revuelca, me doy que cuenta que no veo nítidamente, le pido un espejo a la enfermera, que según el letrero que traía en su blusa se llamaba Elisa. ¡Qué horrible sorpresa! Me llega la noticia de que mi cara se encuentra destrozada.

   -¿Qué me pasó? -pregunto sobresaltado.

   -Usted es quién debería saberlo -me respondió la señora Elisa.

   Intento llamar por teléfono a mi madre y nadie me contesta. ¿A quién más podría llamar? Me pregunto sin una sola respuesta que pudiera aliviar mi soledad. De repente, me acuerdo de mi amigo Fredward, tampoco está.
    Empiezo a llorar mientras mi nueva enfermera intenta aprovecharse de mi mal momento, no quiero saber nada del mundo, me siento atrapado, de nuevo comienzo a cuestionarme, siento que me ha llegado el castigo. Elisa: no puede ser peor mi desgracia, pienso que quizá ella sería la mujer que me tenía guardada el destino para saldar mis cuentas, alzo los ojos, me aferro al voluptuoso cuerpo de la enfermera, no quiero soltarla, sigo llorando y aunque veo que ella saca ventaja de mi mal momento, no me importa, ya no sé que pensar, quiero levantarme y no lo logro, ella es demasiado pesada y no me lo permite, cierro los ojos mientras siento que comienza a acariciarme, no quiero viviendo ese momento pero no encuentro otro remedio que quedarme entre sus brazos, por primera vez tengo verdadero pánico. Dios mío, ¿qué me estaba pasando? Le digo a mis pensamientos, no quiero saber nada de mi existencia, ya no me importa lo que ella haga, pues si quiere violarme no quiero saberlo, entonces prefiero caer nuevamente dormido. Siento que caigo por un abismo, ¡Dios mío! Grito por dentro. Me pierdo.
   Después de este horrible episodio, creo que nunca más volveré a verla.